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Madrid
Ni soy poeta, ni pretendo serlo...tan solo comentar lo que pienso y siento.

jueves, 9 de julio de 2009

AQUELLA NOCHE


El ambiente de la disco está recargado. Se puede oler el aroma a sexo en el aire. Recorro la pista con una cerveza en la mano. Una chica se me acerca y me invita a bailar. Es guapa y tiene un toque especial. Ella se pega a mí como una enredadera y acerca su boca a mi oído. Le hago señas de que no la escucho. Entonces, se aparta ligeramente y acerca sus labios a los míos. No hago nada para apartarla. Sus manos se posan en mis caderas. Luego se aparta y me hace un guiño. La sigo. Me lleva fuera, hasta su coche...
Antes de encender el motor, reactiva el mío con un hábil beso y siento la caricia de su lengua delicada en mis labios. Toma una de mis manos y la lleva hasta su pecho, ofreciéndome sus pechos. La temperatura de mi cuerpo sube, y siento que mi entrepierna quema. Ella se acomoda en el asiento del conductor y yo me ajusto el cinturón de seguridad. Más tarde, llegamos a un iluminado edificio. Estaciona el coche en el parking y subimos al ascensor. Una vez dentro, y con renovada sinuosidad, ella hace como que me besa, pero no. Entonces avanzo y la apreso entre el espejo y mi cuerpo, abandonando mi actitud, hasta entonces, pasiva…
Mi vientre se tensa ante la presión de ese otro que percibo anhelante. Mi mano no se hace esperar y dulcemente, baja hasta su entrepierna, acariciándola por sobre la delgada tela del pantalón.
El timbre del ascensor nos anuncia que hemos llegado a su piso. Aún medio abrazadas, salimos al pasillo y de la mano, me lleva hasta su apartamento. Entre risas apagadas abre la puerta, la que luego, cierra. La abrazo, y mi lengua, inquieta ya, saborea el dulce perfume de su escote, mientras voy quitandole la camiseta. Un delicado sujetador negro esconde unos pechos, fragantes y bien formados. Coge mi mano y me lleva, a oscuras, hasta su habitación. No hablamos. Sólo escuchamos nuestras respiraciones, cada vez más agitadas. Nos desnudamos, y nuestras pieles se tocan por primera vez. Respiro profundo y, ya en la cama, nos quedamos un instante quietas. Mis ojos, más acostumbrados a la oscuridad, perciben sus formas que se me antojan turbadoras. Comienzo a acariciarla suavemente, explorando cada pliegue y cada monte, yendo sobre ella con extrema delicadeza, pero pronto la válvula del deseo retenido, estalla.
Sus piernas me enlazan y no oculto el placer que me provoca acariciar aquella húmeda parte, y entonces mi boca comienza un lento peregrinar por su vientre hasta llegar a su pubis. Mi lengua, sin tardanza, hiende con vigor los suaves pliegues de esos labios húmedos de tanta excitación. Me estremezco y lo beso con fruición, apenas conteniendo mis ansias de entrar en ella. Pero lo demoro. Dilato la espera, para hacer más delicioso el momento en que finalmente nos fundamos en un profundo abrazo.
Sus manos me atrapan, se enredan en mi pelo, oprimiendo mi rostro contra su sexo que parece querer engullirme. Me sujeto a sus caderas y la guío en vaivén delicado, pero brutal a la vez. Mi boca, entonces tiene acceso a toda ella, y me siento una guerrera; una amazona agitada y temblorosa.
Entonces, percibo su estremecimiento, el fibrilar de su vulva. Me deslizo sobre ella para abrirme paso entre sus muslos, acomodando mi pelvis en la suya y, entre ambas, mi mano. Me detengo para mirarla, para gozar de su gesto, pero ella no deja de moverse, haciéndome saber que es el momento. Así, me introduzco en ese delicioso y lúbrico canal. Veo como sus ojos se entrecierran. Y en medio de ese vaivén rítmico, sus piernas se elevan y se cierran en torno a mí. Su boca, perdiéndose dentro de la mía, se convierte en la rienda con la que ella, sin remedio, me ha de guiar hacia donde desee. Entra, me dice: "No pares, no pares, sigue". Nuestro ritmo logra una perfecta sincronía, convirtiéndose en una hermosa danza de aromas y embestidas sin tregua. Me siento desbordante. El modo que ella tiene de responder a mis caricias me eriza la piel. Me electrizan sus dedos crispados en mi espalda, sus palabras calientes.
En un giro, ella queda a horcajadas sobre mi vientre. Apoya sus manos en mis hombros, presionando sus pechos contra los míos y buscando la humedad de mis labios. El calor de su entrepierna me desespera. Sé que disfruta controlarme, que se complace aminorando o acelerando mi ritmo, según su deleite. Soy cera en sus manos, mientras busco su placer que palpita en el mío. Un calor lacera mis muslos. Un calor que sube y me atenaza, que se agolpa en mi interior, que me deshace los huesos. Tiemblo y mi cuerpo se curva. Me abraza, dulce, adhiriendo su cuerpo al mío.
Nos quedamos quietas, sudorosas. La respiración agitada. Con nuestros rostros medio ladeados, nos miramos y sonreímos con complicidad. "Invariablemente, me sorprendes", me dice. Siempre lo haces como si fuera la primera vez. Me acerco y le digo cuánto disfruto hacerlo así, como si fuésemos simples desconocidas.

1 comentario:

  1. LUCIDEZ (UN REGALO DE RENÉE VIVIEN)
    El arte delicado del vicio ocupa tus recreos,
    Y tú sabes despertar el calor de los deseos
    A los cuales tu cuerpo pérfido se arrebata.
    El olor del lecho se mezcla con los perfumes de tu ropa.
    Tu rubio encanto se asemeja a la insipidez de la miel.
    No amas más que lo falso y lo artificial,
    La música de las palabras y de los débiles murmullos.
    Tus besos se desvían y se insinúan sobre los labios.
    Tus ojos son inviernos pálidamente estrellados.
    Los lutos siguen tus pasos en tétricos desfiles.
    Tu gesto es un reflejo, tu palabra es una sombra.
    Tu cuerpo se aplaca bajo besos sin nombre,
    Y tu alma está ajada y tu cuerpo usado.
    Lánguido y lascivo, tu artero roce
    Ignora la belleza leal del abrazo.
    Mientes como se ama, y, bajo la dulzura fingida,
    Se siente el arrastramiento del reptil atento,
    En el fondo de la sombra, tal que un mar sin arrecife,
    Los sarcófagos son aún menos impuros que tu cama...
    ¡Oh Mujer!, yo lo sé, ¡pero tengo sed de tu boca!

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